miércoles, 19 de noviembre de 2014

Los reptilianos te fabrican un milagro para convencerte.





El 79 dobla en contrasentido. Todo esto después de comprar fruta y perder un 74, tan poco habitual como un eclipse.
La noche es calurosa y una flecha a lo lejos titila, amarilla, brillante, explosiva.
Días atrás, recordamos con cierto alivio, esa señal fue la trampa que en la lluvia nos figuró colectivos viniendo, vacíos, secos, cómodos.
La resignación es absoluta, parece que esperamos que los contratiempos sólo estén comenzando.
Comenzados los contratiempos, llegamos sin sorpresa a la misma frase: la resignación es absoluta.
Un tintineo en el cerebro. Olvidamos las llaves, ciento cincuenta metros de distancia, más una escalera, dos escaleras, tres escaleras, cuatro escaleras. Ya han pasado cinco minutos desde el 74, prefiero la resignación, tal vez acobardado por las circunstancias: el próximo podría haber pasado en el tiempo de ir por las llaves.
A lo lejos, una esperanza. Dos números, dos líneas de letras, se acerca. La alegría se acamara en nuestros corazones. Delante nuestro, una muchacha nos mira con extrañeza, no parecen simpatizarle nuestros cánticos de festejo. Tradición tan ancestral como válida. Ya está casi por cruzar el semáforo, viene trayendo consigo la luz. A cincuenta metros, nuestra ilusión se marchita, es uno que llega hasta Avellaneda. Mierda. Odio con inmensa violencia la alegría de la muchacha que se sube, satisfecha. Me reprimo una maldición.
En el 79 que dejamos pasar, vienen dos mujeres con pinta de yanquis, una morena y la otra blancoléchica. Me miran y tiran un "buenas noches" mal pronunciado, yo les devuelvo el saludo. Con Camila, nos miramos extrañados, llevaban dos cartelitos negros nos decían que eran tal y tal y nos iban a traer la palabra...
Y la palabra fue: VIENE.
Un 74 con aire, sin gente, comodidad.
¡ALELUYA!


Nota: LA FOTO ES INCREÍBLE.

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